Apasionada por la aviación desde muy chica, estudió ingeniería aeronáutica hasta que se casó y dejó todo para transformarse en una típica ama de casa norteamericana de los años ‘60. Frustrada y aburrida de esa vida decidió volver su antigua pasión para lograr hace 60 años una marca histórica
La escena, contada por su propia protagonista, transcurre un domingo de diciembre de 1963 a mediodía en el comedor de la casa de una típica familia de clase media de Columbus, Ohio. La madre, Geraldine -a quien todos llaman “Jerrie”– acaba de servir el almuerzo, plato por plato, a su marido, Russell, y a sus tres hijos. La conversación parece calcada a la de otros domingos, cuando la familia se pone al día sobre la semana de cada uno de sus miembros e inevitablemente cae en el sopor de la rutina. Pero ese día algo dentro de Jerrie explota y sale disparado de su boca en una frase que suena como una patada que voltea la mesa familiar.
-Estoy aburrida, Russell, si tengo que lavar un plato más exploto… Necesito hacer algo distinto – dice mirando a su marido.
-Entonces subite al avión y da la vuelta al mundo, así te entretenés – atina a decirle Russell en tono de broma.
Pero la respuesta de Jerrie no tiene nada de chiste:
-Dale, lo voy a hacer.
Cuando ocurrió este diálogo, Geraldine “Jerrie” Fredritz Mock tenía 38 años y hacía casi veinte que había dejado su promisoria carrera de ingeniería aeronáutica para casarse con su compañero de estudios Russell y formar una familia. Como solía suceder en esos tiempos, mientras Jerrie se convertía en ama de casa y madre dedicada a cuidar a los hijos que iban llegando, Russell continuó sus estudios, se recibió y fue forjando una carrera profesional que les permitía a todos llevar una vida acomodada. Y también aburrida, por lo menos para Jerrie.
Jerrie posa junto al avión con el que concretó la hazaña y hoy se exhibe en un museo
El avión al que se refería Russell era por entonces casi la única diversión que compartía la pareja. Se trataba de un Cessna 180 Skywagon monomotor de cuatro plazas, de once años de antigüedad, en el que solían hacer vuelos cortos para mirar la ciudad desde las alturas. Lo habían bautizado “Spirit of Columbus”, en honor a la ciudad donde vivían, pero preferían referirse a él como “Charlie”.
La respuesta de Jerrie era tan serie que cuatro meses después de esa conversación se subió al Cessna y se convirtió en la primera mujer en dar la vuelta al mundo completamente sola en un avión. Despegó el 19 de marzo de 1964 desde el aeropuerto de Port Columbus y recorrió 36.000 kilómetros en un viaje que duró 29 días, 11 horas y 59 minutos hasta que el 17 de abril aterrizó en el mismo lugar desde el que había partido. Cuando se bajó del Cessna, decenas de fotógrafos y periodistas corrieron hacia ella.
-¿Por qué lo hizo? – le preguntó uno.
-Yo solo quería divertirme un poco en mi avión- contestó Jerrie con sencillez, como si ignorara que acababa de marcar un hito de la historia de la aviación mundial.
Jerrie Mock tuvo pasión por los aviones desde niña
Pasión por los aviones
Geraldine Lois Fredritz nació el 22 de noviembre de 1925 en Newark, Ohio, y fue su padre, directivo de una planta de energía, quien le despertó la ambición de volar cuando solo tenía 7 años y la llevó, en un paseo de fin de semana, a hacer un vuelo de bautismo en un trimotor de un aeroclub local. “Fue tan lindo mirar las casas desde arriba, que decidí que esa sería mi manera de ver el mundo. Ahí nomás les anuncié a mis padres que iba a ser piloto”, contaría Jerrie muchos años después.
No fue un deseo que le duró un momento. Tenía 7 años en 1932, cuando siguió apasionadamente las noticias sobre el cruce del Atlántico de Amelia Earhart, y lloró a los 11, cuando la famosa aviadora se perdió en el Pacífico cuando intentaba convertirse en dar la vuelta al mundo en solitario.
En su último año del colegio secundario hizo, como actividad libre, un curso introductorio de ingeniería aeronáutica, a pesar de que sus compañeros, todos varones, la miraban como un bicho raro que se había metido entre ellos. En 1943 se inscribió en la Universidad Estatal de Ohio para hacer la carrera y allí fue también la única mujer.
Se destacaba en las clases y sus profesores -pese a que no estaban acostumbrados a ver mujeres en sus clases- reconocían su capacidad y le auguraban un futuro promisorio. En esas clases conoció a otro estudiante brillante, que se destacaba sobre todo en los cálculos, llamado Russell Mock. Se enamoraron mientras estudiaban juntos y en 1945 -cuando cursaban el tercer año- se casaron.
El matrimonio cambió todo: Russell siguió estudiando, pero Jerrie dejó la universidad para dedicarse a la casa y a los hijos que fueron llegando. Sin embargo, la pasión que sentía por los aviones seguía viva en los dos, tanto que apenas pudieron, compraron un Cessna monoplaza usado que se turnaban para usar durante los fines de semana.
Así fueron pasando los años hasta que, ese domingo de diciembre de 1963, Jerrie pateó la mesa del almuerzo familiar.
La recepción a Jerrie Mock tras concretar la hazaña
Prepararse para volar
Cuando tomó la decisión de dar la vuelta al mundo, Geraldine Mock sumaba apenas 750 horas de vuelo y solo 250 de navegación en solitario, lo que parecía muy poco -por no decir nada- como base para intentar la hazaña.
Pasado el primer momento de asombro, Russell decidió apoyarla en su sueño, discutiendo las rutas más convenientes y haciendo todos los trámites necesarios para poder aterrizar en los países donde Jerrie debía hacer escalas.
También debían adaptar el avión que, igual que la experiencia de vuelo que tenía Jerrie, parecía insuficiente para semejante empresa.
“Mock tenía mucha menos experiencia que otros pilotos. Nunca había volado más allá de las Bahamas, y mucho menos había soportado vuelos de 14 horas que seguramente tendría que hacer para algunas de las etapas más tediosas de su viaje. Su nave necesitaba algunas modificaciones: agregó tres tanques de combustible adicionales, radios de corto y largo alcance y buscadores de dirección duales, lo cual apenas le dejaba un pequeño hueco para sentarse en la cabina”, resume la periodista Lucía Cheng en una reseña histórica del vuelo de Jerrie.
El costo de las modificaciones que requería el pequeño Cessna y los gastos de combustible para un vuelo de 35.000 kilómetros excedían holgadamente las posibilidades económicas de los Mock, de modo que salieron a buscar financiamiento. El primero en aportar dinero fue el periódico The Columbus Dispatch, que aportó 10.000 dólares de la época a cambio de que Jerrie enviara crónicas de su viaje desde cada escala del vuelo.
Pronto se sumaron otros inversores, pero también surgió una señal de alarma. En medio de los preparativos, los Mock se enteraron de que otra aviadora también iba a intentar la hazaña. Se trataba de Joan Merriam Smith, una piloto más veterana que ella y con más apoyos dentro de los círculos de la aviación.
Smith tenía programado iniciar su vuelo mucho antes que Jerrie, que decidió entonces apurar la preparación y salir dos semanas antes de lo planeado, pero aun así inició su travesía dos días después que su rival.
El 19 de marzo de 1964, Jerrie se subió a la cabina de “Charlie”, convertida casi en un estrecho cajón debido a las modificaciones que se le habían hecho. Como equipaje cargó solamente una máquina de escribir para redactar sus crónicas, dos conjuntos de ropa y dos pares de zapatos.
El por entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B Johnson, otorgando una distinción a la aviadora (PhotoQuest/Getty Images)
Una travesía increíble
Cuando el Cessna despegó del aeropuerto de Port Columbus no eran muchos los que confiaban en el éxito de Geraldine Mock. De hecho -como la propia Jerrie recordaría después- la última frase que escuchó por su radio de la torre de control fue: “Esto es lo último que vamos a saber de ella”. Poco después surgió la primera dificultad del vuelo: la radio se descompuso, lo que la obligó a hacer el primer tramo del vuelo sin contacto con tierra.
La ruta planeada incluía volar sobre el Atlántico, el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Golfo de Omán, el Mar Arábigo y el Océano Pacífico, con escalas en las Azores, Casablanca, El Cairo, Bangkok, Honolulú y Argelia, entre otros puntos del mapamundi.
En el trayecto, el Cessna sumó problemas técnicos que más de una vez estuvieron a punto de abortar el viaje: tuvo inconvenientes en los frenos, un incendio en el motor y la radio se le descompuso en más de una oportunidad, la última vez cuando sobrevolaba el Pacífico y debió volar cerca de 2.000 kilómetros sin poder comunicarse. Los vientos y las tormentas también sumaron sus fuerzas para detenerla, pero no lo lograron.
Una presión adicional en el primer tramo del viaje fueron las comunicaciones que Jerrie mantuvo en cada escala con su marido. Russell seguía atentamente el trayecto de Joan Smith, la rival de su mujer, y le pedía que volara más rápido. Jerrie decidió cortar por lo sano las urgencias de su marido y en una de las escalas le dijo: “Si volvés a hablar ella, me bajo del avión, me subo a un vuelo comercial y me vuelvo a casa”. Russell no volvió a presionarla, no se sabe si por la amenaza de su mujer o porque Smith debió abandonar su intento por desperfectos en su avión.
Desde cada escala, Jerrie enviaba sus crónicas para The Columbus Dispatch, contando pormenores y anécdotas de la travesía. Relató el asombro que causó cuando aterrizó en Arabia Saudita y bajó del avión; contaba que la habían recibido muy bien, pero que nadie podía creer que existiera una mujer piloto cuando en el país ni siquiera tenían permitido conducir autos. También contó cuando, al sobrevolar las Azores, se le formó una capa de hielo en las alas del Cessna y, para que no se resquebrajaran por el peso adicional, debió subir por encima de las nubes para que el sol derritiera el hielo.
En El Cairo, Jerrie se equivocó y, en lugar de aterrizar en un aeropuerto comercial tocó tierra en un sector militar, donde la retuvieron para investigarla hasta determinar que no se trataba de una espía.
Luego de volar sobre Vietnam, donde las tropas y las guerrillas del ejército de liberación luchaban contra los soldados de Vietnam del Sur apoyados por fuerzas estadounidenses, escribió en una de sus crónicas: “En algún lugar no muy lejano se estaba librando una guerra, pero desde el cielo todo parecía pacífico”.
Regreso con gloria
Finalmente, el 17 de abril de 1964, después de recorrer más de 36.000 kilómetros, con 21 escalas, en menos de 30 días, Jerrie aterrizó a “Charlie” en la misma pista de la que había partido, en el aeropuerto de Port Columbus.
La aviadora poco experimentada en la que muy pocos confiaban, regresó convertida en una nueva estrella en el firmamento de la aviación mundial. La esperaba el gobernador del Estado, que la bautizó como “El Águila Dorada de Ohio”, y pocos días después fue recibida por el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, que le otorgó una medalla de la Agencia Federal de la Aviación.
La prensa la perseguía, pero Jerrie se mostraba remisa a dar entrevistas. Prefería escribir columnas para los diarios. “He viajado tan lejos y tan rápido que me llevo un montón de impresiones que necesito asimilar cuando tenga tiempo, pero la experiencia ha sido plenamente satisfactoria. Así es como creo que se debe vivir la vida”, contó en The Washington Record-Herald.
Tampoco le gustaba hablar en público: “La clase de persona que vuela sola en un aeroplano no es el tipo de persona a la que le gusta estar continuamente con otros”, se justificaba.
Entre 1965 y 1969 marcó más de 20 récords en velocidad y distancia con su nuevo avión, un Cessna 206, y en 1970 publicó un libro sobre su mayor hazaña. Lo tituló “Three-Eight-Charlie”, en homenaje su viejo Cessna, que hoy se exhibe en el National Air and Space Museum de Washington.
Geraldine “Jerrie” Mock murió el 30 de septiembre de 2014 en Florida, a los 89 años. Nunca se consideró una heroína ni una avanzada del feminismo sino que, por el contrario, minimizaba sus hazañas: “Docenas de mujeres, tanto de los Estados Unidos como de otros países, lo podrían haber hecho antes que yo, solo que ninguna tuvo el impuso, o tal vez debería decir la estupidez, de intentarlo”, solía decir.
Fuente: Infobae